Había un rey que se llamaba Nabucodonosor y él practicaba muchas cosas equivocadas. Un día él desagradó mucho a Dios, ¿Saben por qué? Nabucodonosor mandó hacer una estatua de oro, y todas las personas deberían adorarla. Él tomo una de las peores actitudes, pues creó una imagen para ser adorada y dijo que todos que no la adorasen, serian tirados a un grande horno. ¡Sí eso mismo! Una hornalla de fuego con llamas bien altas.
El rey reunió las personas más importante y levantó la estatua de oro en un campo adonde todos pudiesen verla, y a partir de aquel día, siempre que se tocasen las trompetas, el harpa y los otros instrumentos musicales, las personas deberían obedecer y adorar la imagen.
En aquella ciudad vivían tres jóvenes: Sadrac Mesac y Abed-nego. Ellos pertenecían al mismo pueblo de Dios, y por eso, resolvieron no obedecer a la orden del rey, diferente de las otras personas. Ocurrió que le contaron al rey que los tres estaban desobedeciendo a su orden. Amiguitos, Nabucodonosor se puso furioso, pero tan furioso, que mandó llamarlos inmediatamente.
Cuando Sadrac Mesac y Abed-nego llegaron, luego recibieron las órdenes del rey para que se arrodillasen delante de la imagen y la adorasen, pues los instrumentos estaban siendo tocados en aquel momento. Pero los tres, muy valientes y confiados en Dios, dijeron que no irían adorar aquella imagen, pues adoraban solamente a Dios vivo y verdadero. Entonces Nabucodonosor los amenazó, diciendo que los tirarían en la hornalla ardiente con las llamas siente veces más fuerte. Pero ellos estaban decididos y continuaron firmes en la fe que Dios los libraría.
¿Saben lo que ocurrió? Ataron a los tres adentro de la hornalla y las personas se quedaron mirando del lado de afuera. Dios envió un Ángel adentro de la hornalla y anda de malo les ocurrió, que se quedaron bailando y cantando alegremente. Al ver aquellos, Nabucodonosor mandó a que los sacasen de la hornalla y dio otra orden determinando que, a partir de aquel momento, todos solamente podrían adorar al Dios vivo.
¡Qué maravilla! Sadrac Mesac y Abed-nego creyeron en Dios, y Él los protegió de aquella hornalla. Ellos fueron fieles, consiguieron quedarse libres del sufrimiento, así como está escrito en Salmos 32.7 que dice que Dios es nuestro escondite y nos libra de la aflicción. Así como los tres jóvenes de la historia de hoy, debemos confiar en Dios y vivir con felicidad agradando a Él y, así seremos libres de todo el mal.
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